jueves, 4 de noviembre de 2010

EL ARTE DEL ENGAÑO - BALDOMERA LARRA

Mariano José de Larra en sus artículos de costumbres diseccionó con fino bisturí la sociedad española de principios del XIX. Lástima que su acerada pluma no pudiera recoger en sus crónicas una historia de avaricia y engaños de la que fue protagonista su propia hija, Baldomera Larra Wetoret. Cuando Larra se suicida en 1837 aún quedan tres meses para que que nazca su hija.
De la infancia poco sabemos y de sus hermanos consta que Adela llegó a ser amante del rey Amadeo I de Saboya y su otro hermano, Luis Mariano, compuso libretos de zarzuelas entre los que resalta el de El barberillo de Lavapiés.
Baldomera Larra se casó con Carlos de Montemayor, que ejercía de médico de la Casa Real. Con la llegada de Alfonso XII al trono, el marido no quiso continuar en el cargo, y decidió marchar a las colonias, a Cuba. Doña Baldomera quedó sola y con cuatro hijos a los que mantener y para hacer frente a las penalidades que atraviesa un día se le ocurrió una idea.
Pidió prestada una onza de oro a una vecina prometiendo que en un mes se la devolvería duplicada. Llegado el plazo cumplió la promesa y a la vecina le faltó tiempo para contar a sus amistades el milagro que había realizado Doña Baldomera.
No tardaron en llegar vecinos atraídos por la ganancia de la onza de oro. Ella aceptó los dineros prometiendo un 30% mensual entregándoles a cambio un recibo a treinta días vista. La voz se extendió por todo Madrid y los agradecidos clientes la bautizaron con el apelativo de la madre de los pobres.
De esa manera nació “La Caja de Imposiciones” en la madrileña calle Gredas, hoy llamada de Los Madrazo. Allí montó una modesta oficina con una plantilla compuesta de un apoderado, tres empleados y un recadero.
El truco para el pago de tan elevados rendimientos residía en la sencilla operación de pagar los intereses con el dinero de los nuevos impositores siendo de esa forma la inventora de una estafa que continúa viva en nuestra época, la estafa de la pirámide.
Fue tal la avalancha de gente que no tuvo más remedio que mudarse a una oficina mayor en la calle de La Paja. Su fama traspasó fronteras, su negocio aparece como ejemplo en el Figaro de París y en L’Independance Belge de Bruselas.
Los motivos de la credibilidad se deben a una serie de motivos, en primer lugar su increíble gracia y don de gentes, sin duda heredados de su padre, y por otro lado en la suposición de que su marido estaba en Ultramar e invertía en minas de oro en Perú.
La quiebra le sobrevino en diciembre de 1876. El día cuatro, un modesto carbonero que tenía depositados sus ahorros en la Caja de Imposiciones fue a recoger sus intereses, recibiendo de los empleados una negativa.
El escándalo se organizó en las oficinas de la calle La Paja con tanta magnitud que tuvieron que intervenir las autoridades, personándose el Delegado de Orden Publico acompañado de varios guardias y del Juez de Instrucción del Distrito de la Latina.
El magistrado ordenó el inmediato registro de las dependencias de la Caja de Imposiciones donde fueron hallados 179 reales. En el posterior registro al domicilio de Baldomera Larra en la calle del Sordo 19 sólo encontraron 5000 reales a nombre de Josefa Wetoret, su madre.
A instancias de las autoridades se expidió orden de búsqueda y captura, puesto que Baldomera no aparecía por ningún lado. Se pensó que dos días antes, el 2 de Diciembre, había huido a America a reunirse con su marido.
Dos años después es descubierta en la localidad francesa de Auteuil bajo identidad falsa. Siendo detenida y deportada el 15 de Julio acabando en la cárcel de mujeres de Madrid. Allí permanecerá al iniciarse el juicio el 26 Mayo de 1879 y manifiesta la popularidad que gozaba al ser portada ese mismo día de los más prestigiosos diarios y protagonista de la canción “El gran camelo de Doña Baldomera” que circulaba por todos los rincones de la capital.
El fiscal solicita nueve años de prisión pero finalmente se la condena a seis años y un día por alzamiento de bienes y a abonar los créditos contra ella existentes.
Entonces ocurre un hecho sorprendente, los afectados de la estafa que antes la habían maldecido manifiestan que volverían a confiar el dinero a Doña Baldomera, que así seguían llamándola. Opinaban que la circunstancias la obligaron por la necesidad de dinero para pagar la enfermedad que padeció uno de sus hijos y corre el rumor que ha sido ella quien se ha entregado a las autoridades por voluntad propia. Mentiras que sirven para ablandar a la opinión pública.
La sentencia fue recurrida y el Tribunal Superior la absolvió en 1881. Los motivos de la conmutación de la pena no tienen desperdicio: Los hechos ejecutados por doña Baldomera Larra, admitiendo los préstamos que gran número de personas le confiaron, no constituyen delito porque careciendo de capacidad legal para contratar y obligarse en atención a ser casada, eran nulos y de ningún valor los convenios que celebrase.
De ese modo terminó la causa al considerar la no existencia de delito al no tener consideración legal de acreedores las personas que confiaron sus ahorros sabiendo que era mujer casada que no podía firmar documentos sin permiso del marido.
Baldomera Larra salió de la cárcel, abandonó España y murió en Cuba en 1916.
(Emitido en "El abierto de Radio Florida")

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